El verano pasado me aventuré hacia el norte desde mi Universidad en Bristol, hacia Edimburgo y las Tierras Altas de Escocia. Dudosos, nerviosos y emocionados, iniciamos nuestro viaje de ida y vuelta de 2.100 km, sin saber lo que Escocia podía ofrecernos en comparación con el glamour de un viaje europeo. Estos nervios iniciales pronto se desvanecieron a la vista de la impresionante arquitectura gótica de Edimburgo y de la árida belleza de las Tierras Altas, llenas de imponentes montañas, interminables llanuras verdes y helados lagos.

Edimburgo

Sólo con pasear por el casco antiguo de Edimburgo, uno puede empaparse de las delicias culturales escocesas. Vagamos de calle en calle admirando la antigua arquitectura medieval, curioseando por las tiendas de lana y whisky escocés, mientras recibíamos la serenata de los numerosos gaiteros con falda que pueblan las calles empedradas.

La inmersión en la historia antigua es ineludible, ya que el Castillo de Edimburgo, de 900 años de antigüedad, se cierne sobre la ciudad, asentado sobre Castle Rock. Uno de los aspectos más destacados fue la rápida subida de 40 minutos al Asiento de Arturo, que nos recompensó con una impresionante vista de toda la ciudad. Tras las actividades del día, nos sumergimos en la bulliciosa vida nocturna de Edimburgo disfrutando de un paseo por los bares de Rose Street y su gran cantidad de pubs y bares tradicionales.

Montañas, llanuras y lagos

Después de unos días explorando Edimburgo, nos adentramos en Escocia, hacia Fort William, una pequeña ciudad encajada entre Loch Linnhe y Ben Nevis, la montaña más alta del Reino Unido. A pesar de su inaccesible ubicación en medio de las Tierras Altas, el viaje de ida y vuelta forma parte de la experiencia. El viaje en coche fue espectacular. La carretera serpenteaba por el valle, flanqueada por exuberantes montañas verdes, inmensas llanuras y famosos lagos. A lo largo del trayecto nos encontramos con joyas inesperadas, como el hecho de pararnos a nadar en las aguas transparentes y desiertas de una piscina natural bajo una pequeña cascada justo al lado de la carretera. A pesar de la asombrosa belleza de Escocia, lo más destacado de nuestro viaje fueron estos recuerdos inesperados y únicos.

Fort William nos sirvió de base para nuestra subida, cuya cima se encuentra a 1.345 metros. Esta excursión es imprescindible en cualquier visita a Escocia, ya que ofrece a los aventureros que se levantan a las 4 de la mañana y caminan durante 7 horas unas vistas impresionantes de las montañas y los lagos que se encuentran entre ellas. Después, disfrutamos de una bebida de celebración en Fort William, una pequeña y animada ciudad que se nutre de la energía excitada, nerviosa y agotada de los miles de excursionistas a los que sirve de campamento base.

Isla de Skye

Después de ascender a Ben Nevis, nos embarcamos en la siguiente etapa de nuestro viaje por carretera a través de las Tierras Altas hacia la remota isla de Skye. La primera noche nos alojamos en el pintoresco pueblo pesquero de Portree, que da a la remota y escarpada isla de Skye una apariencia de civilización, con bonitos pubs junto al puerto que sirven como plato del día la pesca recogida en el mismo día por los pescadores locales. Estos mismos pescadores, tras salir a pescar por la mañana temprano, ofrecen a los visitantes excursiones en barco por el archipiélago de las Hébridas Interiores. En el barco vimos águilas alimentándose, pero desgraciadamente no tuvimos la suerte de encontrar ningún delfín o ballena.

Nuestro momento más memorable en Skye fue la exploración de sus escarpados paisajes naturales. Decidimos acampar en lo alto de los acantilados del faro de Neist Point, imaginando una barbacoa al atardecer, antes de meternos en nuestra tienda y despertarnos al amanecer para admirar la manada de orcas que pasa a diario. Esta imagen de serenidad estaba lejos de la realidad. La intensa niebla hizo que nuestro viaje hasta el faro fuera traicionero y nos impidió ver el océano y el faro, de hecho, solo disfrutamos de la vista durante sólo cinco impresionantes segundos. Los vientos huracanados convirtieron nuestra idílica barbacoa en una humeante barbacoa, escondida entre un muro del aparcamiento, el propio coche y nuestro equipaje, en un intento de bloquear el viento.

La acampada terminó a las 6 de la mañana, cuando nos despertamos bruscamente con el viento que se abría paso a través de nuestra maltrecha tienda de campaña. Aunque, por el contrario, esta noche desastrosa se convirtió en la más memorable.De hecho, una excursión a las Fairy Pools es una experiencia imperdible en Skye. Se trata de una serie de cascadas y pozas al pie de las montañas Black Cuillin.

Después de nadar en las heladas aguas de color azul y esmeralda, visitamos la destilería Talisker para calentar nuestros gélidos cuerpos con un poco de whisky de malta tradicional escocés. Completamos la excursión perfecta con un almuerzo tardío de cigalas frescas, ostras y patatas fritas, en el entorno rústico de un mercado de pescado fresco.

Esto nos llevó al final de nuestro viaje, sin embargo, justo cuando emprendimos nuestro viaje de 11 horas de vuelta a casa, Escocia nos entregó nuestro regalo de despedida: un sonido de vacas de las Tierras Altas. Estas rústicas vacas son autóctonas de las Tierras Altas y son extremadamente simpáticas gracias a su mundialmente famoso pelaje.

Escocia libera al aventurero que uno lleva dentro, mientras recompensa constantemente a los viajeros con increíbles paisajes, una cultura ancestral y una verdadera sensación de libertad. Debería estar en la lista de deseos de todo el mundo.