Dió un mordisco a uno de los dulces y recordó en ese instante no solo su aventura más reciente en Portugal, sino también cada una de las experiencias vividas durante su vuelta al mundo. 

El viaje había sido una aventura increíble pero, igual que Juan Sebastián Elcano, el primer viajero en circunnavegar el Mundo hace justo quinientos años, Curro sabía que si el mundo es redondo es para que todo viaje, por largo que sea, termine en casa.  

Antes de que Curro pudiera terminar el último dulce portugués y mucho antes de terminar de repasar las fotos de los 37 países visitados y rememorar las innumerables experiencias vividas, el comandante anunció que había iniciado el descenso a Madrid. 

Curro miró por la ventanilla e inmediatamente reconoció el paisaje cenital de Madrid que siempre le ha recordado una obra de arte abstracta con bellas formas geométricas pintadas en tonos de ocre tierra, gris granito y verde encina. 

Pero según se aproximaba a su casa, Curro se percató que algo había cambiado en ese horizonte tan familiar como amplio que había inspirado el eslogan “de Madrid al Cielo”. No era solamente la añoranza del hogar que hacía la vista más hermosa que nunca, sino la nitidez con que se apreciaba su skyline gracias a la falta total de la contaminación, resultado de meses de obligada inactividad en una ciudad famosa en todo el mundo por no parar nunca. Curro contempló la llamativa regeneración de la ciudad y sobre todo del aire y la naturaleza que lo rodea como si fuera un cuadro recién salido de los talleres de restauración del Prado y luciendo colores y matices que antes solo había visto a través de capas de barniz y polvo. 

Mientras Curro esperaba su maleta recordó algunos de los 38 aeropuertos internacionales que había visitado y miró hacia las láminas de madera de la impresionante T4, obra de los geniales arquitectos Richard Rogers y Antonio Lamela, y se le ocurrió por primera vez que Madrid recibía a sus visitantes con un edificio que es una declaración de sus dos amores: el turismo (el arte de la hospitalidad) y la cultura (hospitalidad para acoger el arte). 

En cuanto abrieron las puertas de la zona de llegadas y vio el lío de familias numerosas y ruidosas con el obligado atrezo aeroportuario de flores, globos pancartas de bienvenida, bocatas de tortilla, mascotas en brazos y niños corriendo como animalitos salvajes, todos ansiosos por achuchar a sus parientes viajeros, Curro sentía que por fin estaba en casa. Entre todo este bullicio latino, vio enseguida la quieta y flemática figura de su amigo Chris, un británico que lleva tres décadas en Madrid sin perder la compostura en la sala de llegadas. 

“¿Quieres descansar o vamos directos?” Le preguntó Chris “he dado la vuelta al mundo pero hoy ha sido menos de una hora de vuelo así que no hay de que descansar” contestó Curro, “además, me muero de ganas de saludar a mis amigos, a los que me han apoyado y ayudado en mi viaje y sobre todo a los que han estado luchando en primera línea de la pandemia todo este tiempo”.   

Media hora más tarde, Curro se encontraba, cheque en mano, esperando el ascensor que le llevaría a las oficinas de Médicos del Mundo donde le esperaban algunos de los personajes y autores del “Viaje de Curro”.   

Comparte con el mundo:
Your browser is out-of-date!

Update your browser to view this website correctly.Update my browser now

×