«Curro -le dijo-, estas especias marroquíes te completarán la gama de aromas de África, como la vaina de vainilla de Uganda que trajiste. Acuérdate de ello en Italia, donde seguro descubrirás muchos otros aromas maravillosos.»

Toc toc. Curro, sorprendido, fue a abrir la puerta de su riad. Le entregaron una carta inesperada. «¿Quién sigue enviando cartas en pleno siglo XXI?», pensó. Los remitentes: Sara y JAAC, una italiana y un madrileño afincados en la capital española apasionados, como él, de los viajes. 

«Ciao, Curro! Hemos seguido tus viajes por el mundo. Sabemos que estás en Marruecos tras una buena vuelta por África rebosante de aromas. Ya es hora de volver a Europa. Prepara el estómago porque vas a comer mucho, también con algún toque especiado. Te llevaremos de la mano por la región italiana de Sara, Las Marcas. ¿A que no has escuchado hablar de ella? En la servilleta descubrirás dónde está. Sí, es la servilleta de un bar. Una de esas que no limpian. Nosotros le hemos encontrado una razón de ser: como nadie sabe nunca dónde está el pueblo de Sara, se ha acostumbrado a dibujar un mapa de Italia para ubicarlo en las charlas de bar…

Es todo muy casero, la carta escrita a mano, la servilleta… queremos que dejes el móvil y las redes, te llevamos de viaje de “desintoxicación digital” a una de las regiones más desconocidas del país de la bota. Y lo hacemos a través de su gastronomía, prepárate que de menú tienes cuatro platos.»

Curro dio la vuelta al papel. «Olive all’ascolana, vincisgrassi, brodetto e ciauscolo.» No entendía nada. Había llegado el momento de ir a Las Marcas para resolver el misterio. Empezó a leer la segunda hoja, cerró los ojos y los volvió a abrir en Ascoli Piceno.

«Benvenuto nelle Marche, Curro!» «¡Hola, Sara! ¡Hola, JAAC!» Pasados los primeros instantes de desorientación, Curro giró sobre sí mismo para admirar el lugar en el que se encontraba. «¡Qué bonita es esta plaza! ¿Cómo es que no sabía de su existencia?» « Ya te dijimos que Las Marcas son unas desconocidas, Curro. Estás en la Piazza del Popolo de Ascoli Piceno. ¿A que es preciosa, con sus soportales y sus palacios renacentistas? Pues el casco histórico medieval te enamorará. Pasearemos por él mientras pruebas esto, a ver si te gusta.»

Sara le acercó un cono de papel. Cric croc. Curro estaba probando su primera oliva all’ascolana, la especialidad local. «¿Cómo está esto, no?» «¿Te gustan? Son aceitunas empanadas, fritas y … rellenas de carne, Parmigiano Reggiano y especias. Sí, llevan sorpresa, como Las Marcas. Vuelve a cerrar los ojos.»

Cuando volvió a abrirlos, Curro se encontraba en la catedral de Ancona, la capital de la región. Los dos guardianes de su portal, dos leones románicos, le dieron la bienvenida. Frente a ellos, los colores del atardecer sobre el puerto que JAAC estaba fotografiando. «Mañana tocará amanecer, Curro. En Ancona puedes ver tanto el atardecer como el amanecer sobre el mar. ¿Están o no están llenas de sorpresas Las Marcas? Pero basta de cháchara, vámonos a cenar, un brodetto nos espera.»

El brodetto es cosa seria en Las Marcas. ¿Que qué es el brodetto? Una sopa de pescado. Dicho así, no parece gran cosa. Pero es uno de los platos con más tradición de la región. Bueno no es “un plato”, porque hay decenas de versiones diferentes. Prácticamente cada ciudad y pueblo costero de la región tiene su receta. Cambian los ingredientes: pescado y marisco, pero no solo. Así algunos son de un amarillo intenso, por el azafrán salvaje del Conero, y otros rojos, por el tomate. «¿Qué tal el brodetto all’anconetana, Curro? El brodetto es colorido, como las Marcas. Mañana lo comprobarás…»

Tras un sueño reparador, JAAC despertó a Curro, como había prometido, con los colores del amanecer sobre el mar en Ancona. «Vámonos, que toca coger un barco hacia la spiaggia delle Due Sorelle. No se puede llegar de otra forma.» Les esperaba una calita de arena blanca protegida por rocas y una vegetación exuberante. «¿Seguimos estando en el Adriático?» «Sí, Curro, aunque este rincón, en el Parque Natural Regional del Conero, es muy especial.»

Disfrutaron un poco de la playa y volvieron a Ancona para coger el coche. Sara y JAAC le habían  prometido a Curro un día tan colorido como el brodetto y tenían que cumplir. Habían disfrutado del morado del amanecer, del azul turquesa del mar, del blanco de la arena, del verde de la vegetación… Ahora llegaba el dorado, puede que el color más característico de Las Marcas. El de los campos de trigo de sus colinas, que bajan suavemente de los Apeninos al mar. «¿Esto es la Toscana?» «No, Curro, seguimos en Las Marcas, el paisaje es el mismo, pero casi no hay turistas.» Vistas del mar, grandes extensiones de viñedos de Verdicchio –uno de los vinos blancos más preciados de Italia–, casitas de campo encaladas, pueblos medievales casi intactos… Curro deseaba que esas carreteras serpenteantes no acabaran nunca. Pero, al final, pararon. Habían llegado a Jesi.

En el pueblo de Sara les esperaba un casco histórico medieval, una galería barroca, una preciosa iglesia románica y… una buena ración de vincisgrassi. Un nombre original para un plato original. Una lasaña única, parece que anterior a la boloñesa, y con unos cuantos toques diferentes. 

Tras comer, tocaba una excursión a otro parque natural, esta vez en el interior, hacia los Apeninos. En el pueblo de Genga se adentraron en las cuevas de Frasassi, unas de las mayores y más espectaculares de Italia. Curro se quedó con un dato: en la sala más grande cabría con holgura el Duomo de Milán. Eso sí, ¡habría que quitar unas cuantas estalactitas y estalagmitas! En el mismo Genga se encontraba la otra parada del día: el Tempio di Valadier. Una pequeña iglesia incrustada en una cueva en medio de la ladera de la montaña. «Qué, original.» «Sí, como los vincisgrassi, Curro.»

Al día siguiente, Curro se despertó con un aroma delicado, aunque con un toque especiado. «Es pimienta», pensó. Al lado de su cama un paquete con… un salami de color rosado y textura tierna. Por última vez, cerró los ojos. Los volvió a abrir delante del Retrato de una dama de Rafael. «Hola, Curro, estás en el Palacio Ducal de Urbino, una de las grandes ciudades estado de la península itálica en el Renacimiento, hoy Patrimonio de la Humanidad. De aquí era Rafael, ¿lo sabías? Este año se conmemora el quinto centenario de su muerte.» Curro observó el rostro de la dama: «Es tierno, sí, pero también melancólico, tiene sabor a despedida…» 

Con la obra del gran pintor renacentista ante sus ojos y esa pizca de melancolía, Curro se despidió de Las Marcas prometiendo volver. Se había quedado prendado por esa tierra llena de sorpresas como las olive all’ascolana, colorida como el brodetto, original como los vincisgrassi y tierna como el ciauscolo. Y también plural, como su nombre, otra peculiaridad marchigiana.

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