“Curro, es verdad que en nuestro corazón solo hay un África pero esta tiene muchas caras. Por eso quiero que te lleves esta vaina de vainilla que seguro tiene un olor muy diferente al que encontrarás en Marruecos”.

Nada más aterrizar en el aeropuerto de Fez, Curro divisó una hilera de banderas marroquíes sobre un penetrante cielo azul, bañado por un sol todavía deslumbrante, a pesar de que el atardecer estaba cerca. Curro se sentía emocionado porque su amiga Carmen le había invitado a un viaje a través de dos de las ciudades imperiales más importantes de Marruecos, Fez y Meknes, en el norte del país.

Carmen le acogió con una amplia sonrisa. Los dos amigos se fundieron en un cariñoso abrazo y Carmen, le comentó a Curro: “Vas a conocer Fez y Meknes, dos ciudades históricas maravillosas y exóticas, separadas tan solo por 50 kilómetros. Pero hay mucho más que descubrir…”. Curro, impaciente, respondió: “¿Qué más vamos a ver?”. “Paciencia” le respondió Carmen misteriosamente “En Marruecos, todo es posible…”

El itinerario que Carmen había ideado empezaba en Meknes, adonde llegaron en un coche de alquiler, cuando ya estaba anocheciendo. Durante la hora de trayecto, Curro se maravilló con la serena belleza de los campos verdes, bordeados por montes bajos.  Había olivos, encinas, granados cuyo color anaranjado iluminaba el paisaje y, muchas viñas. “Esta es la región de Marruecos donde se produce más vino y es muy bueno!” le explicó Carmen. Este replicó asombrado: “Si los musulmanes no beben!”, a lo que Carmen respondió, “Pues nos lo beberemos nosotros!”. Los dos rieron de buena gana.

La entrada en Meknes no defraudó a Curro. Era como la había imaginado: bulliciosa, viva, un poco caótica. Las grandes avenidas modernas de la ciudad se fundían con la ciudad antigua, la Medina, que dejaba insinuar sus callejuelas, sus zocos y sus gentes. “Meknes fue en el siglo XVII la capital de Marruecos en tiempos de Mulay Ismaíl, el sultán que simboliza los inicios del Marruecos actual.  Curro, ahora vamos a cenar a la Medina, en un sitio típico que te va a encantar” dijo Carmen.

Curro estaba deseando probar la gastronomía marroquí, de la que había oído hablar maravillas. La llegada al restaurante fue toda una experiencia. Atravesaron un enjambre de callejuelas del zoco, todavía bullicioso a pesar de la hora. Los artesanos trabajaban en sus tiendas, había niños correteando, mujeres, vestidas con kaftanes, que se afanaban en sus compras…

Finalmente, llegaron a un Riad. Un hombre de mediana edad, sonriente y acogedor, abrió la puerta y les invitó a entrar. El interior era modesto pero elegante. Tenía alfombras de colores, asientos corridos con cojines, espejos ornamentados… Olía a especias y a guiso casero. La comida no pudo ser más exitosa. Curro probó los tradicionales tagine de pollo y limón y el kefta (con huevo y carne picada), además de la pastella (una empanada elaborada con verduras y/o carne, recubierta de canela y azúcar) que saboreó con deleite. La cena culminó con un té a la menta que Carmen y el dueño del restaurante enseñaron a beber a Curro, al estilo marroquí, diciendo al unísono salud en árabe: “Bssaha!”.

A la mañana siguiente, los dos amigos pasearon, muy animados, por la medina de Meknes. El ambiente comerciante y alegre era bullicioso y el aroma a especias lo inundaba todo. Carmen le mostró la Plaza el_Hedim, el equivalente a la Plaza de Jamaa el Fna de Marrakech, el meollo de la vida pública y cultural de Meknes, llena de restaurantes, terrazas, puestos de serpientes, artesanía…En un lateral de la plaza, se erguía la hermosa Puerta Bab el-Mansour, antesala de la antigua Ciudad Imperial de Mulay Ismail. Curro devoraba con la vista lo que su amiga le iba mostrando. Se quedó un poco defraudado porque el precioso Museo Dar Jamaï, situado en un lateral de la plaza, uno de los más interesantes de Marruecos, estaba cerrado por obras. “Bueno”, le consoló Carmen, “Así tienes una excusa para volver”. “Eso seguro!”, le contestó Curro.

Unas horas más tarde, Carmen y Curro retomaban el viaje. Estaban atravesando verdes campos floridos, donde trabajaban soñolientos burritos con sus dueños, cuando Curro exclamó: “¿Y esas ruinas en medio del paisaje?”-por un instante, dudó si se encontraba en Pompeya o en plena campiña marroquí- a lo que Carmen le respondió: “Ahí vamos, precisamente”.

“Son las maravillosas ruinas de Volúbilis, una antigua ciudad romana donde se encuentran los restos arqueológicos mejor conservados y más visitados de Marruecos. Los orígenes datan de los cartagineses en el siglo III a.C y son Patrimonio de la Humanidad desde 1997”, puntualizó Carmen.

Contrataron un guía local que les fue detallando cómo Idrís I hizo de Volubilis su refugio a finales del siglo VIII y tras proclamarse emir manifestando ser descendiente directo de Mahoma, convirtió Volúbilis en el punto de nacimiento del Islam. Curro y Carmen visitaron la Basílica, los mosaicos como Las Pruebas de Hércules, El Baño de las Ninfas, el Acróbata, Baco y Ariadna o el Baño de Diana, el Templo de Júpiter y finalmente, el imponente Arco de Caracalla, construido en mármol en el año 217 en honor al emperador y su madre. “Qué impresionante!”, exclamó Curro.

 Antes de reanudar su viaje, se detuvieron en el pueblo de Moulay Idriss, ciudad santa y uno de los lugares más genuinos y pintorescos de Marruecos. “Este lugar guarda las tradiciones más sagradas de la cultura marroquí”, le dijo Carmen.

Al llegar, un guía “espontáneo” les propuso conducirles hasta el mirador, en lo alto del pueblo, desde donde pudieron divisar la ciudad Santa, cuya visita está prohibida a los no musulmanes. Antes de partir, comieron un cuscús, regado por un delicioso vino tinto de Volubilis. Una hora más tarde, llegaban a Fez.

“Fez fue fundada a finales del siglo VIII y está considerada la capital cultural, religiosa y espiritual de Marruecos. Hay infinidad de zocos laberínticos, donde puedes comprar de todo. Las murallas medievales de Fez (su recinto amurallado es uno de los más grandes del mundo) te van a encantar”, le dijo Carmen. Curro estaba fascinado por los variopintos rincones de la ciudad antigua, la Medina, Patrimonio Mundial por la UNESCO.

Carmen le propuso descubrir una de las cosas más características de la ciudad, la curtiduría Chouwara, donde se produce y se tiñe el cuero de todo tipo de animales. De camino, Curro aprovechó para comprar, en uno de los numerosos puestos del zoco, una mochila de cuero marrón, no sin antes, regatear el precio, como dicta la costumbre marroquí. Después, se encaminaron por enrevesadas callejuelas, entre aromas de especias, hasta llegar a un pintoresco y colorido paisaje de tinajas repletas de tintes naturales, que no desprendían, precisamente, un buen olor. 

De ahí, se fueron a visitar las bellísimas medersas (escuelas coránicas) de Attarine, construida entre 1323 y 1325 bajo las órdenes del sultán Abu Said, considerada la más bonita de Fez y una de las mejor conservadas de Marruecos, y la de Bou Inania. Terminaron el día con la visita al Museo del arte y de la artesanía de la madera, el Funduq_al-Najjariyyin, que, encantó a Curro por su carpintería.

A la mañana siguiente, Carmen y Curro, que había sido despertado, a tempranas horas, por la llamada a la oración del Muezzin, se encaminaron hasta el promontorio de las Tumbas Marinidas desde donde pudieron divisar Fez así como el Atlas nevado. Curro le preguntó a Carmen: “¿Qué es esa fortaleza que se ve un poco más abajo?”. “Es el Borj del Norte, donde se encuentra el Museo de las Armas de Fez. Hay una extensa colección de armas de diferentes periodos históricos que te va a encantar!”. Efectivamente, Curro quedó fascinado por el Museo.

Esa misma tarde, Curro tenía que coger un avión rumbo a Italia, donde le esperaban JAAC y Sara. Carmen le entregó, al despedirle, un saquito de especias marroquíes llamadas ras el hanut. “Estas especias marroquíes te completarán la gama de aromas de África, como la vaina de vainilla de Uganda que trajiste. Acuérdate de ello en Italia donde seguro descubrirás muchos otros aromas maravillosos!”.

 

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