Curro puso rumbo, a ritmo de tango, a su siguiente destino, no sin antes recibir un presente y las últimas palabras de su amiga Begoña: «Da muchos recuerdos a Guille y Alba, y tomaos a mi salud esta botella de Malbec».

Una vez más, Curro, tuvo que subirse a un avión para emprender un viaje de varias horas en solitario, pero esto no le importaba mucho, ya que, los viajes largos le servían para reflexionar sobre sus aventuras, y en este caso, todas sus experiencias vividas junto a Begoña, que le dejaron un muy buen sabor de boca.

Llegando a Nicaragua, ya podía corroborar todo lo que le había leído sobre este país lleno de lagos, volcanes, mar, selva y naturaleza. Las copas de todos los árboles que se veían bajo el avión justo antes de aterrizar se extendían hasta el horizonte, y era tal y como Alba y Guille le habían contado.

Una vez salió del aeropuerto, la pareja le estaba esperando para empezar su aventura sin perder ni un solo minuto. Tras fundirse en un abrazo, se subieron al coche, y emprendieron un viaje de una hora hasta la ciudad colonial de Granada.

Alba era tan apasionada por los viajes como Curro, y no podía dejar de imaginarse todas las aventuras que les quedaban por delante durante su viaje.

«Estoy muy contenta de que hayas venido a visitarme, Curro. Este país me enamoró desde el principio, y a pesar de haber sido sacudido por la fuerza de los volcanes en varias ocasiones, sus paisajes y su gente guardan un encanto especial».

Cuando llegaron a Granada, aparcaron el coche y empezaron a recorrer todas sus calles caminando, nutriéndose de la mezcla de la cultura indígena, española y africana.

«Chicos, creo que no podíamos empezar el viaje de mejor manera. ¿Eso que se ve desde aquí es un volcán?», preguntó Curro. «Así es. ¡No se te escapa nada! Es el volcán Mombacho, uno de los más famosos de la zona», respondió Guille mientras señalaba al cráter.

Caminando por sus calles, llegaron a diferentes iglesias, y visitaron la Fortaleza de la Pólvora, que fue construida para abastecer de pólvora a otras fortalezas para proteger la ciudad de los piratas en siglos pasados.

Después, fueron a recorrer el mercado municipal de Granada, y disfrutar de los diferentes sabores de la comida local, comprar algunos recuerdos de artesanía, y sacar muchas fotografías. Más tarde, Curro y los dos anfitriones se aventuraron a realizar una excursión en barco para recorrer las diferentes islas de Granada.

«Todas estas islas se formaron a consecuencia de una erupción del volcán Mombacho» dijo el capitán del barco, mientras Curro se fascinaba con los colores verdosos que cubrían cada isla.

Tras pasar la noche en un hostal muy acogedor, Alba le dijo a Curro que le llevaría a uno de sus sitios favoritos. «Aún no te voy a decir a donde vamos, Curro, pero, te voy a dar una pista… ¡tenemos que coger un barco!»

Al subirse al barco en el puerto del pueblo de San Jorge, y al ver que se encontraban en el lago de Ometepe, la sorpresa de Alba se desmoronó.

«Vamos a la Isla de Ometepe, ¿verdad?» dijo Curro mientras se sentaba en el piso superior para tener las mejores vistas durante el viaje por el lago. «Sabía que no podría mantener la intriga mucho más tiempo Curro. Esta isla es una maravilla, está presidida por dos grandes volcanes, y se encuentra en medio del lago más grande de Centro América».

Alquilaron un par de motos, y pasaron dos días enteros recorriendo la isla y disfrutando de todas las actividades que allí se podían hacer; termas naturales de agua fría, senderismo por diferentes rutas para ver los volcanes, playas de agua dulce y salada, cascadas, y mucha naturaleza.

Escalar el volcán Concepción, fue un sueño hecho realidad para Curro. Alba y Guille tampoco lo habían hecho nunca, y al llegar a la cima, se quedaron sin aliento debido a las fabulosas vistas que les rodeaban.

Lamentablemente, Curro pronto se tendría que ir a un nuevo destino, y la pareja sabía que su aventura juntos estaba próxima a su fin, pero antes de que esto pasara, querían llevarle a conocer un pequeño pueblo pesquero, rural, y con un encanto muy especial, San Juan del Sur.

Volvieron al puerto de San Jorge, donde habían dejado el coche aparcado esos días, y se dispusieron a emprender su rumbo a San Juan del Sur, donde llegarían tras 40 minutos, escuchando música, cantando y riendo.

Lo primero que llamó la atención de Curro al llegar a este pequeño pueblo, fue la gran escultura del Cristo que se podía apreciar desde varios kilómetros de distancia. Estaba situada en lo alto de la montaña, y sin dudarlo, es lo primero que visitaron.

«Curro, ¿sabías que esta es una de las esculturas de Cristo más grandes del mundo? Mide 25 metros de altura y su punto más alto se encuentra a 134 metros sobre el nivel del mar».

Se sentaron en la pequeña capilla que esconde este Cristo bajo sus pies, y Guille le contó a Curro que este pueblo tenía un encanto muy particular, y que cada calle era digna de ser la protagonista de una bonita postal.

Tras visitar el monumento del Cristo, fueron a recorrer las calles del pueblo, sacaron fotos de cada rincón, y compraron algunos regalos típicos de la zona. Luego fueron a un restaurante a pie de playa para comer algún plato típico de Nicaragua.

Tras comer y charlar durante un buen rato, Curro y Guille decidieron incorporarse a una de las clases de surf que estaban dando en la playa. Es algo que Curro tenía en su lista de cosas por hacer, y este era un lugar ideal. Alba, se quedó en la playa haciéndoles fotos, ya que, la fotografía era otra de sus grandes pasiones.

Tras terminar de surfear, fueron a la playa a ver la puesta del Sol, mientras recordaban grandes momentos de su viaje, y recordaban con tristeza que, al día siguiente, Curro se tendría que ir para continuar su aventura.

Esta vez, fue Curro quien les tenía preparada una pequeña sorpresa. Abrió su mochila, y sacó unos vasos de plástico y la botella de Malbec que Begoña le había regalado en Argentina. «Creo que esta ocasión es perfecta para descorchar esta botella. ¡Quién iba a imaginar que tres forasteros acabarían en Nicaragua, brindando con una botella de vino argentino!’’.

Se despertaron a la mañana siguiente y emprendieron su viaje al aeropuerto. Estaban cansados, tristes por la despedida, pero contentos por lo vivido. Curro ya recordaba con nostalgia su viaje a Nicaragua, pero tenía muchas ganas de saber qué es lo que le deparaba Brasil junto a su amigo Aitor, el viajero libre.

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