Antes de despedirse Alberto entregó a Curro un “paquetico” de café costarricense y le advirtió: “Aunque sé que Begoña te tendrá en buenas manos en Buenos Aires, el café de allí tiene nada que ver con el de aquí”.

Y así era, Curro llegaba desde Costa Rica habiendo saboreado cafés increíbles, pero sabía que en Buenos Aires seguiría disfrutando de sabrosa gastronomía y grandes vinos. Curro nunca había estado en Buenos Aires. Era una de sus asignaturas pendientes. Por ello, no dudó ni un minuto en aceptar la invitación que Begoña le hacía para recorrer juntos las maravillosas riquezas arquitectónicas de la ciudad porteña y disfrutar mano a mano de las reminiscencias parisinas de sus edificios, de su grandeza cultural, de la nostalgia de sus cafés, de su rica historia y de sus extrovertidas gentes. En la capital argentina iban a encontrar muchos y diferentes Buenos Aires: el cultural, el de los mercadillos, el elegante, el vanguardista, el de las librerías, el del fútbol, el de Mafalda, el colorista, el gastronómico…y, por supuesto, el del tango, tan admirado por Curro.

Su recorrido comenzó en la Plaza de Mayo. En ella se condensaban algunos de los edificios más representativos de la ciudad como la Casa Rosada -Palacio Presidencial-, el Banco de la Nación Argentina, la Catedral Metropolitana -construcción ecléctica que mezcla estilos como el barroco o el románico- o el Cabildo -Casa de Gobierno durante el período colonial y declarado Monumento Histórico Nacional en 1933. Caminando por la Avda. de Mayo, llegaron al Congreso, un emblemático edificio que les recordó al de los EEUU.

El paseo era muy atractivo y Curro empezó a enamorarse de la ciudad, sobre todo de las construcciones de estilo Art Noveau que le recordaban la influencia europea de la ciudad. “Si esto te gusta”, le dijo Begoña, “espera a conocer el Palacio Barolo”. Hermano mayor del Palacio Salvo de Montevideo, era un edificio de oficinas diseñado por el italiano Mario Palanti e inaugurado en 1923 y declarado en 1997 Monumento Histórico Nacional. Tras la visita, decidieron tomar un respiro y subir a la última planta, al Salón 1923, un ‘rooftop’ con vistas espectaculares, y retomar fuerzas con algunas de las tapas y bocados de su carta y, por qué no, degustar alguno de sus cócteles antes de seguir con su ruta.

Curro estaba entusiasmado y listo para seguir con el periplo. Siguiente parada: la Avenida 9 de Julio y su icónico Obelisco. Construido en 1936 con motivo del 4º centenario de la llamada ´Primera fundación de la ciudad´, había sido considerado el monumento más representativo de la ciudad. Desde el Obelisco Begoña llamó la atención de su acompañante instándole a mirar hacia los tejados. «Curro, ¿no ves nada raro?» preguntó. Curro estaba atónito, era algo insólito. Un ‘chalecito’ (Patrimonio Cultural de la Ciudad de Buenos Aires desde 2014), se erigía en lo alto de un edificio. Begoña aprovechó su interés para contarle la historia del joven vendedor de muebles valenciano, Rafael Díaz, que se construyó este capricho arquitectónico en 1927 solo para dormir la siesta tras el almuerzo. 

Y, hablando de almuerzo, Curro tenía hambre y quería degustar alguna de las fantásticas carnes por las que Argentina era famosa y maridar con alguno de sus estupendos vinos, así pues, tomaron rumbo a Puerto Madero, a uno de los restaurantes que a Begoña más le gustaban de la ciudad: Cabaña las Lilas. Tradición, calidez, hospitalidad y sabrosas carnes, eran los puntos fuertes de una parrilla en la que la calidad es ‘leit motiv’. Era el lugar ideal para que Curro disfrutara a tope de uno de sus mayores placeres: la gastronomía. Tras la pausa, dieron un paseo por la que es la zona más moderna, cosmopolita y cool de la ciudad.

Y de un barrio moderno y carismático se desplazaron al más colorido de la ciudad: La Boca. Situado al lado de lo que fue el antiguo puerto, este rincón es sinónimo de tango, mate y fútbol -de aquí son originarios tanto Boca Juniors como River Plate-. Entre las casas de chapa y los colores chillones, de fondo, un nombre resonaba en sus calles: Benito Quinquela Martín. Pintor de éxito, autodidacta, dedicó toda su vida a su barrio e inauguró un museo-escuela que Begoña y Curro visitaron para descubrir algunas de sus mejores obras. Pasearon por la famosa calle «Caminito», denominada así en homenaje al inmortal tango y recorrieron sus pintorescos rincones en los que encontraron animadas pinceladas, restaurantes tradicionales, espectáculos de tango en vivo y, arte, mucho arte. El día había sido intenso y tocaba descansar. Begoña había reservado habitaciones en la que fue antigua casa de Eva Perón y que hoy en día alberga el Hotel Meliá Recoleta Plaza. Un hotel boutique elegante y acogedor en el que el relax está garantizado.

El siguiente día era domingo y Begoña había reservado uno de los platos fuertes de la visita para esa última jornada. “¿Listo para ver la zona más elegante de la ciudad?” le dijo a Curro. Su invitado supo enseguida que estaba hablando de La Recoleta, un barrio lleno de parques, plazas, y monumentos históricos por el que pasear resultó todo un placer. En él iban a hallar uno de los cementerios más bonitos del mundo (1822) y unos de los reclamos turísticos de la ciudad. El recorrido reveló muchos mausoleos y bóvedas de importantes arquitectos. Entre los personajes ilustres que allí reposan encontraron numerosos presidentes y generales de la nación, así como otras figuras de importancia cultural e histórica como Eva Duarte de Perón.

Los domingos es día de Mercadillo y San Telmo es el sitio ideal para disfrutar de uno de los más interesantes. En San Telmo se respira la ciudad. Antigüedades, artesanía, marroquinería, souvenirs, vinilos, hermosas tiendas, mercados gastronómicos, iglesias o espectáculos de tango callejeros, sirven de telón de fondo para realizar un recorrido por un barrio bohemio en el que todo puede ocurrir, incluso tropezarte con Mafalda. La Plaza Dorrego es su centro neurálgico y el lugar elegido para hacer un merecido descanso y qué mejor que hacerlo en el Café Dorrego, uno de los Bares Notables de la ciudad. Considerados como tal por su antigüedad, arquitectura o relevancia social, son cafeterías históricas que en su día fueron punto de encuentro de figuras ilustres de la cultura o la política como Borges o Carlos Gardel y pululan a lo largo y ancho de la ciudad formando parte el patrimonio cultural de la misma. Era verdad que el café argentino no se parecía nada al costarricense, pero envuelto en esa atmósfera bohemia y nostálgica a Curro no le importó lo más mínimo.

Tras un estupendo almuerzo Curro propuso ir al teatro. Sabía que en Buenos Aires el teatro forma parte de la idiosincrasia de la ciudad y no quería perdérselo. Buscaron un buen espectáculo en la Calle Corrientes, una de las avenidas más animadas cuando cae la tarde, pero finalmente optaron por el Teatro Colón. Inaugurado en esta, su segunda sede, en 1908, es una de las salas de ópera más importantes del mundo. Sus excepcionales condiciones acústicas y arquitectónicas lo equiparan a otros teatros como la Scala de Milán o la Ópera de París. Por aquí han pasado los mejores artistas del S.XX como Enrico Caruso o María Callas.

Fue el perfecto broche de oro para una estupenda visita. Habían sido pocos días y se habían quedado con ganas de más, pero se prometieron regresar muy pronto para seguir descubriendo recovecos, historias, museos, y más, mucho más.

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