Budapest, las dos caras del mismo florín
Budapest, las dos caras del mismo florín
Con influencias de celtas, mongoles, romanos, germanos y hasta turcos, la capital de Hungría es uno de los destinos imprescindibles en Europa.
Budapest es una ciudad de contrastes. Parece imaginada con el propósito de satisfacer los gustos más caprichosos. En ella conviven el señorío de Buda y el dinamismo de Pest; el entorno grandioso del Danubio y las sinuosas calles del Barrio Judío; la calidez de sus termas y el frío de sus noches. Son las dos caras del mismo florín.
Esta esencia casi maniquea, tal vez tenga su razón de ser en el constante trasiego de culturas que remendaron el espíritu de la ciudad a lo largo de los siglos. Y es que por Budapest han pasado celtas, mongoles, romanos, germanos y turcos; una amalgama de civilizaciones, a priori incompatibles, pero al fin y al cabo madres todas ellas de uno de los destinos imprescindibles en el centro de Europa.
Cuando se habla de Budapest es imposible pasar por alto el Danubio, padre sempiterno de los ríos del viejo continente. Al contemplarlo por primera vez uno tiene la sensación de que, en comparación, el resto de ciudades de Europa solo pueden presumir de ser regadas por riachuelos. Sobre todo, cuando se observa desde el Bastión de los Pescadores: un mirador amurallado de estilo neogótico y neorrománico que preside la colina del castillo de Buda y ofrece resguardo a la Iglesia de San Matías.
La vista desde el Bastión consigue instantáneamente un espacio privilegiado en la memoria fotográfica de cualquier visitante. Sin duda, es una de las estampas más impresionantes de la ciudad. Los cuatro puentes principales, diferentes todos ellos, que convierten Buda y Pest en solo una y, sobre todo, el majestuoso Parlamento, llenan la vista del viajero dejándolo sin aliento si no lo han hecho antes las empinadas cuestas que ascienden desde el río hasta mirador.
El ambiente navideño
Como en todo el centro de Europa los mercadillos navideños y el vino caliente son un habitual de la navidad de Budapest. Este año hay dos mercadillos principales: uno en frente de la basílica de San Esteban y otro, más espacioso, en la plaza de Vörösmarty. Ambos cuentan con diferentes puestos de comida y regalos que merece la pena curiosear, sobre todo cuando cae el sol y las luces de la decoración navideña resplandecen entre los pasillos de casetas.
Como en cualquier otro lugar la gastronomía, la cultura y el clima son inseparables. En invierno la sopa de gulash es el absoluto protagonista de cualquier comida. Se trata de una sopa muy caliente, preparada con carne de vacuno o buey, con una gran presencia de paprika. Un plato perfecto para recuperar la energía y el calor perdidos tras un día invernal explorando la ciudad.
El repollo también está muy presente en la gastronomía de la ciudad. En concreto el repollo agrio, es un acompañamiento recurrente para cualquier plato de carne aunque su sabor resulta un tanto amargo para los foráneos; se cocina mediante un proceso natural con sal en el que se deja casi herméticamente cerrado por más de un mes, una elaboración milenaria.
Bañarse en las termas en pleno invierno es una de las experiencias más singulares de Budapest. Es especialmente llamativa cuando las temperaturas rondan los 0 grados y el contraste con las aguas calientes de las piscinas exteriores cubre de vapor todo el ambiente. El Balneario Széchenyi, seguramente el más famoso de la ciudad, también posee un recorrido repleto de piscinas y saunas dentro de sus instalaciones que es realmente divertido experimentar.
Otro de los grandes atractivos de la ciudad es el ambiente nocturno. Todos los días hay algún lugar abierto al que acudir para calentar el cuerpo a base de la bebida nacional, el palinka: un aguardiente con una graduación considerable, que los húngaros ofrecen a cualquier viajero como si de agua se tratase. Pero en la noche aquincense los protagonistas son los Ruin Bar; locales de ambiente emplazados en antiguos edificios de la ciudad que, por el tiempo o las guerras, tienen un aspecto ruinoso que al fin y al cabo forma parte de su encanto.
El más famoso de ellos, el Szimpla Kert, posee multitud de salas adornadas arbitrariamente con objetos extravagantes y luces. No obstante, el sitio tiene un aire acogedor y es bastante propicio para tomar algo acompañado o simplemente sentarse, como colofón de tu viaje, a contemplar las extrañezas del personal que se deja ver a partir de las tres de la tarde en sus estancias.
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