“Ana Belén se despidió de Curro deseándole buenos vientos y mar favorable, pues Curro dejaba Tailandia para adentrarse aún más en el Pacífico: mañana volvería a Japón con muchas ganas de encontrarse con Luis y Laura e ilusión de visitar la región de Tohoku”.

Cuando Curro recibió la invitación de Luis y Laura para visitar el norte de Japón, no se lo pensó dos veces. Samuráis, ramen, naturaleza y espiritualidad. Esas cuatro palabras habían sido suficientes para convencer a Curro de volver a Japón y adentrarse en la región de Tohoku.

Cuando Curro llegó al aeropuerto de Fukushima, Luis y Laura le estaban esperando preparados para llevarse a Curro por una de las regiones más desconocidas de Japón. “Nihon ni yokoso!”, sonrieron dándole la bienvenida en japonés. Los tres se dirigieron al coche, dispuestos a visitar su primer destino: Aizu-Wakamatsu, “la ciudad de los samuráis”.

Curro había aprendido más sobre geishas en Kioto junto a Pau, pero se moría de ganas de aprender sobre los famosos guerreros japoneses que había visto en tantas películas clásicas, así que se emocionó al escuchar las palabras de Luis y Laura: “En el final del periodo Edo, cuando el poder fue devuelto al emperador, el clan de los samuráis de Aizu-Wakamatsu se mantuvo fiel al shogun y luchó contra el recién creado ejército imperial”.

No era de extrañar, pues, que Aizu-Wakamatsu se denominara “la ciudad de los samuráis”, pensó Curro.

“Me interesa mucho conocer los lugares relacionados con los samuráis de Aizu”, comentó Curro. “¡Por supuesto! Comenzaremos visitando una escuela de samuráis, aprenderemos más sobre el suicidio ritual y terminaremos en el castillo, ¿te parece?”, le dijeron Luis y Laura. Sonaba estupendo, así que empezaron visitando la escuela Nisshinkan, un precioso complejo de edificios de madera de 1803 donde se formaba a los hijos de los samuráis de la región. Durante la visita, Curro pudo comprobar que los hijos de samuráis tenían clases de artes marciales, astronomía, lectura, arquería, instrucción militar, etiqueta… “Estamos paseando por pasillos con una inmensa historia”, suspiró Curro. “Pues ahora te llevamos hasta el monte Iimoriyama, otro lugar de historia bien marcada, Curro, ya verás”.

Luis y Laura le hablaron de los Byakkkotai, un grupo de jóvenes samuráis de Aizu de unos 14 años de edad. “Aquí estos jóvenes cometieron el suicidio ritual o seppuku durante la guerra en Aizu al ver el castillo en llamas y pensar que la ciudad había caído”. Curro no pudo evitar sentir tristeza ante tal terrible historia, que en cambio enorgullece a los vecinos de la ciudad. “Supongo que fueron leales hasta el final”, pensó.

Desde allí, fueron justamente a ver el castillo de Tsurugajo, el castillo de la ciudad. “Aquí se libró una de las batallas más crudas y largas de la época. Las fuerzas leales al shogun estuvieron sitiadas durante todo un mes, hasta que finalmente se vieron obligadas a rendirse. Eso supuso la desaparición total del clan Aizu y el final de la era de los samuráis”.¡Ése sí que era un lugar histórico! El final de la era de los samuráis”, suspiró Curro mientras observaba las tejas de color rojizo del castillo. “Es el único castillo de todo Japón con tejas de este color”, apuntó Laura.

“Tanta historia me ha dado hambre, chicos, ¿comemos algo? Que además quiero aprovechar, ¡que me encanta la comida japonesa!”. Luis y Laura se sonrieron. Tenían muy claro dónde llevar a Curro, así que fueron hasta la cercana Kitakata, donde se come uno de los tres mejores ramen de Japón. Y después de comer, visitaron el santuario del ramen, donde Curro tomó un helado de ramen y se adentraron en una bodega de sake que usa agua de las montañas de la región para hacer su tradicional bebida japonesa. Curro pudo degustar varios tipos diferentes de sakes y se sorprendió de la variedad. “¡No tenía ni idea de que había tantos tipos diferentes de sakes” Me podría beber media bodega”, dijo Curro.

Samuráis, ramen, naturaleza y espiritualidad, recordaba Curro en el shinkansen hacia Yamagata. “Nos adentraremos en Dewa Sanzan, las tres montañas sagradas de Dewa, núcleo espiritual de la tradición Shugendo, una mezcla de budismo, taoísmo y sintoísmo en la que la naturaleza tiene un papel fundamental”, comentaron Luis y Laura.

Curro se emocionó nada más llegar al alojamiento cercano a la primera de las tres montañas. Se trataba de un shukubo, alojamiento tradicional dedicado a ofrecer hospedaje a los peregrinos de la ruta. “¡Siempre quise dormir en un futon sobre el tatami!”, exclamó Curro. Luis y Laura se sonrieron y le dieron un bastón de peregrino. Estaban listos para comenzar la peregrinación por el monte Haguro. 

Después de cruzar la gran puerta roja de acceso al monte, bajaron y subieron decenas de escalones de piedra, entre grandes cedros centenarios, pequeños santuarios, puentes rojos y cascadas, hasta encontrarse con una preciosa pagoda de madera de cinco pisos, donde descansaron brevemente. Curro suspiró “no me extraña que aquí se venere, en cierta forma, a la naturaleza… ¡su poder es indescriptible!”. Laura y Luis no podían estar más de acuerdo “¡pues espera a llegar al monte Yudono!”.

“La espiritualidad que se respira ahí es difícil de describir con palabras”, le habían dicho Luis y Laura. Y al bajar del monte Yudono, Curro seguía intentando comprender qué había sucedido exactamente y cómo explicar con palabras el misticismo que rodeaba la visita. Naturaleza, aguas termales, rocas, pies descalzos… las imágenes y sentimientos se agolpaban en su interior. Pero Curro sabía que no podría describir jamás qué había sentido en esa parte de la peregrinación y que no olvidaría jamás la conexión tan especial con la naturaleza que había sentido en ese lugar.

Curro sabía que quería explorar más la zona y visitar lugares como Yamadera, un templo en las montañas, o Kakunodate, con un delicioso barrio de samuráis. Pero su tiempo en el norte de Japón se terminaba y tenía que dar comienzo al próximo capítulo de su viaje.

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