Aitor decidió hacerle un último regalo antes de que dejara el país del fútbol y la samba para poner rumbo a México: “Mira Curro, este par de Havaianas es para ti, y estas otras quiero que se las lleves a Patricia, La Cosmopolilla”.

El avión comenzó la aproximación sobre México al atardecer. Curro permanecía hipnotizado en la ventanilla contemplando el millar de lucecitas parpadeantes de Ciudad de México que no parecían terminar nunca hasta que aterrizó. Patricia lo esperaba a la salida con una gran sonrisa.

“Bienvenido a México, Curro. Verás qué bien lo vamos a pasar. Tengo varias sorpresas para ti que te van a encantar. He preparado un itinerario con lo mejor de la ciudad para que no te pierdas nada durante tu estancia. Vamos a cenar unos tacos y a brindar con una michelada. Pero antes, dejemos tus bártulos en el hotel”.

Tomaron el metro hasta el Zócalo, corazón de Ciudad de México. Antes de subir a la habitación, Curro le dio las havaianas regalo de Aitor a Patricia: “Directas desde Río de Janeiro, la cidade prodigiosa”. “Muchas gracias, Curro. Estupendo, ahora hace fresco pero mañana nos vendrán genial para caminar la ciudad. Las diferencias de temperatura son tremendas”, agradeció Patricia.

El primer contacto de Curro con Ciudad de México fue en una cantina de la calle Moneda, donde saboreó unos deliciosos tacos. “¿Sabías que la comida mexicana está declarada como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la Unesco?”, le preguntó Patricia. Curro no tenía ni idea. “Sí, por su antigüedad y riqueza. ¡Es mucho más que tacos! Verás qué delicia… Te prometo que mañana comemos en el mercado de Coayacán!”. Curro se alegró de que Patricia le fuera a llevar a todos esos lugares locales. ¡Adoraba los mercados! Frenéticos sitios donde se palpa la esencia de una ciudad, con todos esos colores y sabores.

Curro se fue a dormir temprano, cansado tras el viaje. Además, Patricia le había advertido que iban a madrugar: “no podemos llegar tarde, mañana”. Intrigado, puso el despertador y lo que le pareció transcurrido un minuto sonó vibrando estrepitosamente. Una ducha y dos cafés después ya estaban en el abarrotado metropolitano de México. “Ten cuidado con tus cosas. Igual que en Madrid, Barcelona o Londres, uno debe andar con la mochila por delante y bien cerrada”.

Coayacán se mostraba como un barrio pintoresco, de casas bajas en tonos pasteles: amarillas, rosas, violetas o verdes. Paredes de buganvillas y madreselvas, algunas con un viejo descapotable en la puerta. Curro se sintió como si hubieran retrocedido unos 50 años o más en el tiempo. Pero la más importante de todas las viviendas, sin duda, es La Casa Azul. “Aquí te quería traer, Curro”. Ya había gente aguardando en la puerta, suerte que Patricia había reservado los tiquets online con mucha antelación. La Casa de Frida Kahlo es una de las principales atracciones turísticas de Ciudad de México.

Curro no podía contener su excitación: admirador de la gran Frida, su casa familiar es un museo de la memoria donde se conservan las alcobas, estancias, cocinas y el estudio tal cual fue, cuando vivía con Diego Rivera, el gran muralista mexicano del siglo XX. Tras pasar un par de horas más que estimulantes, Patricia lo condujo por el entramado de calles hasta otra casa famosa: la de León Trotski, el político ruso amigo de Frida y Diego, que buscó refugio en México. “Ya ves, Curro, este era el barrio de la élite intelectual y sigue teniendo ese encanto”, dijo Patricia.

A Curro le fascinó la visita a Coayacán, culminando, como le prometió Patricia, en el mercado local. Telas, artesanías, dulces y un despliegue de humos y olores. Las vitrinas con las catrinas eran lo más llamativo para Curro. La forma elegante de vestir a la Muerte, que se puso de moda hace un siglo y ahora es seña de identidad de la festividad del Día de los Muertos en México. “Tendríamos que ir durante la Noche de los Difuntos a Michoacán, Curro. Es como la película de Coco, todos los panteones son una fiesta de mariachis y música, llenos de velas y flores de cempasúchil”, le contó Patricia.

En el mercado había cientos de puestos con chilaquiles, tortas, quesadillas, maíces, tamales… ¿Qué elegir? Patricia optó por una quesadilla y un agua de Jamaica. “¿Qué es?” Preguntó Curro. “Es dulce y refrescante, sin alcohol. Pídete una, viene genial en un día de calor. Yo soy adicta”. Confesó entre risas. Y así fue: Curro la probó y se convirtió en su bebida favorita de México.

Después del almuerzo regresaron al centro histórico. “Vamos a patear las calles principales, Curro. Tienes que conocer el Palacio de Bellas Artes”. De estilo Art Decó, cómo no enamorarse de este edificio casa de las artes, la ópera y la cultura de la ciudad mexicana. Patrimonio de la Humanidad, es uno de los más bonitos de México. Después enfilaron la concurrida avenida de Francisco Madero, parándose ante la Casa de los Azulejos, conocido también como el Palacio Azul.

De vuelta al Zócalo, visita obligatoria el interior de la Catedral Metropolitana, cuya construcción comenzó en 1573. En el Palacio Nacional, al otro lado de la gran plaza, Curro y Patricia se volvieron a encontrar con Diego Rivera. Sus espectaculares murales narrando la Historia del pueblo mexicano decoran las paredes del palacio mandado a construir por el conquistador Hernán Cortes sobre el castillo de Moctezuma.

“Una buena dosis de arte y cultura, ¿verdad, Curro? Como ya casi hemos gastado todo el día y va a anochecer, qué tal si descansamos un poco y salimos a cenar por la calle Uruguay. Sus taquerías y restaurantes son magníficas.” Y así terminaron una feliz e intensa jornada en Ciudad de México, una metrópoli animada llena de color.

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