“Curro después del frío te va a sentar de maravilla disfrutar del verdor y el sol de Rapa Nui con Pedro Grifol, pídele que tras las mágicas visitas a los moais te lleve a descansar a la pequeña pero maravillosa playa de Ovahe”.

Curro venía de la Antártida. Había hecho escala en Santiago de Chile y estaba volando hacia Rapa Nui. Durante las cinco horas de vuelo, le dió tiempo a recrear las visitas que había hecho a otras islas míticas. Ya había estado en Zanzíbar, Mauricio, Seychelles, Madagascar… Curro tenía pasión por las islas; sin embargo intuía que Rapa Nui (Isla de Pascua en idioma nativo) no iba a suponer ‘coleccionar’ un nuevo destino. No quería que fuese un destino más, su pensamiento estaba tomando un cariz trascendental.

Curro, sentado en ventanilla y esperando ver la silueta de la isla de un momento a otro… iba dando vueltas a sus pensamientos: “Este viaje podría ser el momento para preguntar por uno de los misterios de la Humanidad. Visitar Rapa Nui constituye una visita esencialmente cultural… a la búsqueda del conocimiento”.

No se olvidaba que César Sar le había recomendado la playa de Ovahe… pero él estaba más obsesionado con los misterios del ‘más allá’.

En esas, aterrizó el avión en el aeropuerto de Mataveri, donde Pedro le esperaba con un collar de flores que le había proporcionado su amiga Samantha Pakomio, la barwoman del Haka Honu, el local más cool para tomar un cóctel al atardecer.

Nada más bajar, ansioso, Curro le contó a Pedro todas sus inquietudes metafísicas, y dijo:

“Pisar Rapa Nui es para mí como un sueño cumplido. He leído mucho sobre los misterios de los moáis… y me gustaría saber más. Tú, Grifol, que eres periodista y has estado ya dos veces… ¿no conocerás -a ti que te gustan estos temas- a algún historiador nativo para hacerle algunas preguntas?”

¡Naturalmente que sí, Curro! Conozco Don Alberto Hotus, que es el Presidente del Consejo de Ancianos de Rapa Nui, y que fue alcalde de la isla… Un gran conocedor de los misterios de la isla.

Curro tenía razón al interesarse por la historia de los moáis, signo de identidad de la isla. Los moáis son esas figuras pétreas que están desperdigadas por toda la isla colocadas en altares de piedra (los ahu, en rapanui) y que están colocados de espaldas al mar. Ahora sabemos que son tumbas que se erigían para homenajear a insignes ancestros, pero no solamente cumplían esa función de venerar a los líderes fallecidos, sino que servían también para idolatrar a los dioses y para comunicarse con el ‘más allá’. Pero el verdadero misterio que ronda desde hace miles de años se refiere al sistema que emplearon los nativos para transportar y levantar estas pesadas estatuas de piedra. Una teoría afirma que dicho proceso exigió rodillos de madera; otra segunda conjetura apunta que fueron movidos balanceándolos con cuerdas; y una tercera versión afirma que fueron transportados tumbados en trineos y arrastrados hasta las plataformas que sirven como altar.

La verdad de los hechos históricos, envuelta en leyendas, hace que el visitante que observa por primera vez a esos esos grandes señores con cara de enfado, sienta curiosidad por saberlo todo, y aunque la mayoría de los trotamundos que se aventuran a pasar unos días en Pascua están mínimamente informados sobre su historia, la verdad es que se resisten a preguntar sobre los misterios del lugar. Pero ese no era el caso de Curro, que quería saber más. Así que Pedro, encantado, le llevó a la casa del experto.

-Vamos Curro, pregúntale tú mismo a Don Alberto…

A la primera pregunta, la respuesta fue: “¿Para qué quiere usted saber tanto?”.

Y seguidamente el venerable anciano prosiguió: “Nosotros, los rapanuis, somos una etnia que tiene un criterio, un pensamiento […] totalmente diferente al resto del mundo”.

La conversación siguió por crípticos derroteros, pero a la hora de seleccionar respuestas, ninguna supera la siguiente: “Los expertos arqueólogos podrán decir lo que quieran, pero nosotros creemos en nuestra verdad: Las estatuas andaban solas”.

Ante tal espectacular máxima, a Curro no le quedó más elección que seguir escuchando pacientemente (sin admitir discusión): “Nosotros tenemos ‘Mana’, una fuerza espiritual transmitida desde nuestros antepasados. Todos los moáis que podemos ver colocados sobre los altares concentran gran cantidad de mana, que es proyectado hacia el espacio y protege nuestras actividades”.

Así que, a raíz de estas dogmáticas y a la vez mágicas premisas de fe, optamos por despedirnos del provecto ‘sabio’, y Curro se olvidó de conocer más sobre la verdadera historia de las esculturas andantes.

Abandonaron la casa del señor experto, y fueron a descubrir otros quietos e hieráticos moáis en los lugares más recónditos de la isla. Curro permaneció ensimismado un buen tiempo. Silencio.

Les pilló el atardecer a nuestros protagonistas cara a cara frente a los moáis de Ahu Tongariki, el altar que más esculturas erguidas tiene la isla. Allí fue cuando Pedro dijo:

– Después de este atardecer de película que hemos visto, mañana, con la luz del amanecer, te llevaré a la playa. En la isla solo hay dos playas de arena en las que extender la toalla y bañarse sin peligro de que te coman los tiburones… y aun así ¡yo no me fiaría! Ahora vamos a tomar un cóctel al Haka Honu; y te lo voy a preparar yo mismo, te va a gustar. Es un cóctel que evoca los secretos de la isla: lleva pisco, licor de melocotón, zumo de piña, zumo de lima y sirope de almendras… Se llama Aku Aku. Fascinante. Mágico”

Comparte con el mundo:
Your browser is out-of-date!

Update your browser to view this website correctly.Update my browser now

×