«Espera, Curro. No te vayas todavía, tenemos un último mensaje, esta vez para Javier y Carmen. Dales este otro ciauscolo y diles que no se olviden nunca de buscar el lado más tierno de la vida. Portugal es buen sitio para ello.»

“Italia ha sido un sueño”, dijo Curro, “me ha encantado ver sus pueblos y pasear por sus calles, conocer sus monumentos a sus gentes, sus tradiciones, y, por supuesto, su gastronomía”. “Has llegado en el momento adecuado”, exclamó Javier, “Carmen y yo nos disponíamos a recorrer en coche el norte de Portugal. Así que, si te animas, estaremos encantados de que nos acompañes”. Curro no lo dudó ni un segundo: era una invitación difícil de rechazar, así que casi antes de que se diese cuenta estaba ya subido en el coche con la pareja.

Durante el trayecto, no pararon de hablar de viajes y, entre risas y anécdotas, casi sin darse cuenta, llegaron al primer destino: Viana do Castelo. Ya tenían hambre, pero antes de comerse un buen bacalao a la portuguesa, pudieron visitar la ciudad y el Gil Eannes, un buque hospital que asistía a los barcos que pescaban bacalao frente a las costas de Terranova y Groenlandia. También subieron en el funicular más largo de Portugal a ver el Santuario de Santa Luzia, y admirar desde lo alto la ciudad.

La siguiente parada fue Barcelos, un importante punto de referencia para los peregrinos del Camino portugués de Santiago, en la que se originó, a través de una leyenda, el gallo como símbolo de Portugal. A los tres les pareció una buena idea comprar un pequeño gallo decorativo para llevarse como souvenir.

Charlando sobre lo importante que es para Portugal su gran patrimonio histórico y religioso, pensaron que era buena idea acercarse a conocer dos de los santuarios más importantes del país, situados ambos en la ciudad de Braga: el Santuario de Bom Jesus y el de Nossa Senhora do Sameiro, desde los que además las vistas de la ciudad son realmente impresionantes.

Javier le contó a Curro que Carmen e fan de los castillos, y que no podían dejar de ir a ver el de Guimarães porque, además, está considerado una de las siete maravillas de Portugal. A Curro le pareció una idea fantástica y pronto llegaron a la “cuna de Portugal” en la que además disfrutaron de la visita al palacio de los Duques de Braganza.

“Tanto caminar me está dando un hambre…”, dijo Curro. “Desde que hemos llegado al país, no has dejado de comer” bromeó Javier, “pero tranquilo, te voy a llevar a comer a Oporto algo que no se te va a olvidar, una francesinha”.

Les encantó este supersándwich relleno y bañado en salsa, y les dio energías suficientes para visitar la bella Oporto. Recorrieron el barrio de la Ribeira, la Torre de los Clérigos, la famosa librería Lello, la Catedral, subieron en tranvía y también hicieron un pequeño crucero por el Duero, viendo el puente de dom Luis I desde el río.

Siguieron su ruta hasta Aveiro, una colorida ciudad atravesada con canales surcados por embarcaciones llamadas moliceiros repletas de turistas, y Curro compró una caja de sus postres típicos, los ovos moles. Decidieron que era buena idea ir a comer marisco junto al mar en Costa Nova, donde las casas de rayas de colores engalanan sus calles. Y se fueron a la playa, un baño refrescante en el Atlántico y la puesta de sol, hicieron el día perfecto.

También viajaron hasta Viseu, referente de la arquitectura religiosa y del arte sacro del norte de Portugal, que logró la primera posición del ranking de calidad de vida del país. Y pasaron la tarde en Almeida, una de las «12 aldeas históricas de Portugal», considerada como uno de los mejores ejemplos de fortificación abaluartada del país. Por supuesto estos tres foodies encontraron un buen lugar para cenar un buen bacalao a la brasa.

“¡Estoy maravillado!”, dijo Curro, “no tenía ni idea de que Portugal tuviese tantas joyas que ver. ¡Y lo bien que se come! Además, la gente es realmente encantadora”.

Pero, a pesar de lo que estaban disfrutando juntos, era momento de la despedida. La pareja pensaba quedarse un par de días disfrutando de la playa, pero a Curro le esperaba su siguiente destino.

Tras un emotivo abrazo, Javier y Carmen le entregaron a Curro dos paquetes: en uno había un gallo de recuerdo de Portugal, y en el otro una caja con ovos moles que tanto le habían gustado para que se los comiese en el aeropuerto mientras esperaba el vuelo a Madrid. 

Y así fue, Curro se sentó en una de las sillas de metal de la terminal haciendo tiempo hasta que llegara la hora de embarcar. Todavía le quedaban unos minutos. Dió un mordisco a uno de los dulces y recordó en ese instante no solo su aventura más reciente en Portugal, sino también cada una de las experiencias vividas durante su vuelta al mundo.

 

Comparte con el mundo:
Your browser is out-of-date!

Update your browser to view this website correctly.Update my browser now

×