Antes de despedirse Patricia le entregó un pequeño souvenir de su estancia en México: “Curro, toma esta pequeña catrina para que te siga acompañando en tu viaje y llévale este paquete de flores de Jamaica a Bruno y Sonia para que os toméis una refrescante agua de Jamaica a mi salud”.

Durante las 3 horas de vuelo de México a Cuba, Curro estuvo pensando en cómo serían Bruno, Sonia, Xavi y Àlex. Esa familia viajera que le iba a acompañar por Cuba, un país apasionante que no deja indiferente a nadie, que tiene admiradores y detractores por igual.

Nada más aterrizar y pasar el interminable control de aduanas en el pequeño aeropuerto de Varadero, Curro reconoció fácilmente a los acompañantes de su nueva aventura. La emoción y los saltos de dos niños junto a sus padres en la terminal los delataron.

“¡Curro, Curro! ¡Estamos aquí! Hola, soy Xavi y este es mi hermano Àlex y estos son nuestros papis. Teníamos muchas ganas de conocerte”, saludó Xavi.

A lo que Curro respondió: “Y yo a vosotros también, me han dicho que os encanta viajar. Uff, que calor hace aquí, ¿verdad? Estoy sudando desde que he bajado del avión, menos mal que el regalo que os traigo de Patricia es de lo más apropiado: unas flores de Jamaica para tomarnos un agua bien fresquita.”

“Eso está hecho. Ahora cuando lleguemos a casa de Mercedes nos la tomamos, que en este país hace mucho bochorno.”. A Curro le asaltaron las dudas: “¿A casa de Mercedes? ¿Que no vamos primero a dejar las maletas al hotel?”.

“¿Hotel? Qué va, Curro. Aquí en Cuba, lo auténtico es alojarse en las propias casas de cubanos. De ese modo conocerás la auténtica manera de ser y de vivir de los cubanos y podrás disfrutar de sus costumbres y sobretodo de la gastronomía casera. Son gente maravillosa y hospitalaria y además aprenderás muchas cosas que no sabes sobre el país.” explicó Sonia a Curro.

La primera noche la pasaron en casa de Mercedes, en Carboneras, una pequeña aldea al lado de Varadero. Disfrutaron de una deliciosa langosta para cenar, se tomaron esa agua de Jamaica que había traído Curro y disfrutaron de una larga velada charlando de la vida en Cuba con Mercedes. Todo mientras Xavi y Àlex jugaban en la calle con otros niños cubanos a los que habían acabado de conocer. De golpe Curro sentía como si hubiese viajado a través del tiempo a la España de los años 80 en los que las redes sociales eran las calles, eran las propias personas y no una pantalla cualquiera de un Smartphone.

Al día siguiente, el primer lugar al que llevaron Bruno y Sonia a Curro fue a Santa Clara, donde se encuentra enterrado el Ché Guevara. Porque no se entiende la historia de Cuba sin este argentino que luchó junto a los hermanos Castro y Camilo Cienfuegos por liberar al país de la dictadura de Batista.

“Impone estar aquí en este Mausoleo, ¿verdad Curro?”, dijo Bruno. “La verdad es que sí. Hay que reconocer que el Ché es uno de los grandes personajes de la historia.”

La siguiente parada tuvo lugar en Trinidad, la joya de Cuba. En esta ciudad colonial de belleza única, Curro descubrió otra de las señas de identidad del país, su música y el arte en sus calles. Fue en la Casa de la Música donde Curro recibió una clase de salsa a cargo de la profesora Maricel. Y aunque al igual que Bruno, aquello de los pasos no se le daba muy bien, Curro acabó encantado y con ganas de seguir aprendiendo a bailar.

“Bien, Curro. Como sabrás no podías irte de Cuba sin haber recibido una clase de salsa. Lo has hecho fenomenal. Ahora coge fuerzas que mañana vamos a coger un avión para ir vivir una experiencia única. Vamos a llamar a la aerolínea para ver a qué hora saldrá el avión.”

A curro le asaltaron las dudas otra vez: “¿Cómo?, ¿Mañana vamos a coger un avión y aún no sabemos a qué hora salimos?”. Bruno contestó vacilando: “Así es Cuba, amigo. Esto es otro ritmo.”

Al día siguiente llegaron a Cayo Largo del Sur, uno de los lugares con las mejores playas del mundo para realizar una experiencia única. “Curro, aunque estas playas molan y parecen el paraíso, hemos venido aquí para mostrarte el santuario de las tortugas marinas.” Una vez más Curro no tenía más que dudas. “¿Santuario?, ¿Tortugas?”. Pero confiaba al máximo en sus nuevos amigos.

En Cayo Largo visitaron el centro de rescate de tortugas en el que Leonardo y sus compañeros cuidan y conservan estos animales. De ese modo, además de ver y alimentar a tortugas de diferentes tamaños, Curro pudo conocer el magnífico trabajo de estos biólogos acompañándolos durante todo su proceso. No fue hasta la noche cuando comenzó la auténtica aventura. Después de cenar, sobre las 22:00h bajaron a la playa con unas linternas.

“Debéis permanecer escondidos, quietos y en silencio, no podemos asustarlas”, dijo Leonardo. Justo en ese momento, empezaron a salir del agua enormes tortugas que volvían a su lugar de nacimiento a depositar centenares de huevos. Aquello fue una de las experiencias más fantásticas que había vivido Curro en mucho tiempo.

A la mañana siguiente, en esa misma playa su trabajo consistió en recoger los huevos puestos la noche anterior para llevarlos al centro de rescate. De ese modo cientos de tortugas bebé podrían nacer lejos de depredadores y turistas sin respeto a los seres vivos. Por último, la experiencia con las tortugas concluyó con la suelta al mar de varias decenas de tortugas bebé nacidas días antes, completando así el ciclo iniciado la noche anterior. Había que ver lo emocionados que estaban Xavi y Àlex con aquello.

“Solo por haber vivido esta experiencia, ha valido la pena venir”, dijo un Curro visiblemente emocionado a Bruno y Sonia. Pero Sonia tenía más ases bajo la manga: “Pues prepárate que mañana vamos a ver cómo se elaboran los dos productos más famosos de Cuba.”

De ese modo llegaron al valle de Viñales, donde aún hoy en día se conservan las mayores tradiciones del país. Allí pudieron caminar entre plantaciones de caña de azúcar, de café y tabaco y aprendieron cómo se elabora el ron y los famosos puros cubanos, además de hacer una pequeña degustación rodeados de aquella gente tan cálida.

“¡Viva Cuba! ¡Estos cubanos son maravillosos!”, espetó Curro mientras tomaba un buen trago de ron añejo. Y así, después de esta maravillosa visita al valle, la siguieron otras más: la inesperada ciudad de Cienfuegos con esos preciosos atardeceres, la salvaje isla de Cayo Levisa, el Valle de los Ingenios declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, Tope de Collantes con sus cascadas, hasta que…

Llegaron a la última parada de este emocionante viaje, La Habana, la capital del país. Tan fascinante, tan decadente, tan bulliciosa. Una ciudad que te atrapa con su enorme magnetismo. Durante un par de días la recorrieron subidos en un almendrón de color morado. Pasearon por sus animadas calles y disfrutaron de música en directo que ofrecen todos sus bares de la calle Obispo. Incluso Curro tocó las maracas junto con Xavi y Àlex al son de “La vida es un carnaval” de la célebre Celia Cruz. Y finalizaron aquella estancia tomándose un buen mojito en la conocida “Bodeguita del Medio”.

A estas alturas y de camino al aeropuerto, Curro ya se había enamorado del país. “Teníais razón familia, no hay mejor manera de conocer un lugar que hacerlo a través de la gente que vive allí. He de reconocer que ha sido increíble vivir en casa de los cubanos, quedarnos hasta las tantas hablando de la vida, de su historia, de nuestras inquietudes y del futuro. Me llevo los magníficos consejos que me han dado y sobretodo la certeza de que no hay que juzgar a una sociedad antes de conocer de primera mano su realidad.”.

Habían sido unos días inolvidables y Curro se llevaba para siempre un pedacito de Cuba en su corazón.

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