Costa Rica, el país de la naturaleza infinita.

 

“Querido Curro, cuando estés en Costa Rica saluda a Alberto de mi parte, no te pierdas los volcanes y cómete un buen casado!”

Tras la sabrosura y color de Colombia el viaje de Curro continuaba, pero sus ganas por seguir descubriendo y empapándose de experiencias no habían menguado en absoluto. Como todo aventurero de largo recorrido sabe, la única manera de acallar ese apetito viajero es, simplemente alcanzando un nuevo destino.

Curro se subió al avión. Solo unos pocos días antes de abandonar Bogotá, había recibido una postal de Alberto sobre la aventura que le esperaba. “¡Bonita forma de conocer mi próxima parada!” – pensó Curro -. “A veces la vida va demasiado rápido, y eso hace que se pierda contacto con las cosas más importantes y esenciales que dan sentido a estar vivos, prepárate Curro, porque este destino te invita a cumplir la promesa de conectarte con la naturaleza, con todo el mundo que te rodea e incluso contigo mismo.” Y así fue, con este texto y el sello del país centroamericano, como Curro supo que el lugar que le esperaba no podía ser otro que la hermosa Costa Rica.

La señal de aterrizaje se encendió, y el avión comenzó a descender rumbo al aeropuerto de SJO. Desde la ventanilla, Curro observó la inmensidad del verde y de los volcanes de un país pequeñico (terminación propia de los costarricenses que usan habitualmente, y por la cual son conocidos cariñosamente como “ticos”), que aglutina dentro de sus fronteras más de 6% de biodiversidad mundial. Tras ver el paisaje Curro recordó la advertencia de Alexis de no perderse los volcanes cuando llegara a Costa Rica.

Ya en tierra y tras recoger su equipaje, Alberto le esperaba fuera en un 4×4 que había alquilado, pues no hay mejor manera de recorrer el país, y le recibió con una frase que desde aquel momento lo acompañaría durante todo el resto del viaje: ¡Pura vida! – una auténtica filosofía de vida -.

San José, es el principal punto de entrada a Costa Rica y donde vive la mitad de la población del país, y aunque hay muchos que deciden saltarse su visita, Alberto decidió apurar la jornada para mostrarle a Curro una ciudad vibrante y en constante evolución. El Mercado Central inaugurado en 1880 es uno de los puntos neurálgicos de “Chepe” (como se le llama a San José), en donde probar diferentes platillos típicos como un buen ceviche o el casado, y encontrar a personajes peculiares como por ejemplo “la China”. Esta señora vende la suerte a las puertas del Central desde que muchos lugareños tienen uso de razón, y con la cual merece la pena pararse a intercambiar unas palabras. Paseando por el centro también se aprecian hermosos edificios, como el de Correos o el Teatro Nacional, una de las joyas de la ciudad. Otro lugar interesante es el barrio de Otoya, lleno de casitas coloniales, para terminar en una degustación de cerveza artesanal de la capital, junto a gente local con la asociación Carpe Chepe.

“¡Mochilero viaja ligero!” – le dijo Alberto – mientras cargaba en el coche lo indispensable dejando parte de las maletas de Curro en San José. ¡Ahora empezaba la aventura! Las carreteras de Costa Rica son una ruta panorámica para la retina del turista. Paisajes cambiantes y animales inesperados forman parte del camino y hacen buena esa frase de: “si pestañeas, te lo vas a perder”. Mientras Alberto conducía, le contó a Curro algunas curiosidades sobre Costa Rica, como por ejemplo que desde 1949 no tiene ejército y que se le considera uno de los países más felices del mundo. De hecho hay una frase que dice que los ticos no tienen sangre, sino salsa, pues cuando escuchan cualquiera de esos ritmos no pueden evitar ponerse a bailar.

Costa Rica es, como no podía ser de otra manera, un auténtico vergel y un paraíso lleno de reservas y Parques Nacionales. Curro no tuvo que esperar mucho para ver sus primeros animales. De camino a la provincia de Puntarenas, allí en medio de ninguna parte, colgado en el cable de un poste de la luz, descubrió su primer perezoso, uno de los símbolos del país. “¡Vaya espectáculo! ¡Esto es Costa Rica!” –pensó– Pero aquello no había hecho más que comenzar.

“A pesar de que en algunos lugares de Costa Rica no hay wifi, aquí te sentirás más conectado que en ningún otro lugar. ¿Has hecho alguna vez Canopy, Curro?” – le preguntó Alberto, mientras le aseguraba el arnés y le ajustaba el casco. Curro estaba a punto de volar entre los árboles. Se agarró fuerte con las dos manos, y al poco sintió como sus pies se despegaban del suelo al tiempo que cogía velocidad. En aquel momento, con el aire de cara y la sonrisa izada entre la selva, Curro sintió una gran sensación de libertad que le dejó feliz.

Una de las visitas que Curro tenía marcada en rojo en su guía de viajes era el Manuel Antonio, el Parque Nacional más visitado del país y conocido por ser uno de los de mayor biodiversidad terrestre y marina del mundo. El Manuel Antonio es un paseo por senderos de bosques tropicales, con pasarelas que conducen a playas increíbles, y en donde pueden verse multitud de especies que en ocasiones parece que posan para ti. Es el caso de los omnipresentes y pícaros monos capuchinos de carablanca. Pero de repente, en la copa de árbol, Curro vio a un aullador junto a su cría. ¡No te muevas! –susurró acomodando el ojo en el visor de su cámara. Curro enfocó su Sony, y un click inmortalizó el momento. “¡Este es un momento Kodak!” –soltó en voz alta visiblemente emocionado-.

Y así pusieron rumbo al Caribe, al Estado de Limón, para conocer la reserva natural de Tortuguero y su curiosa historia. Alberto le contó a Curro que este pequeño pueblo nacido en los años 30, basaba su economía en la industria maderera. Fruto de aquella actividad económica se crearon canales artificiales para transportarla y que hoy sirven para explorar su fauna y flora. En Tortuguero se aprovechan desde bien temprano los primeros rayos de sol que coinciden con la mayor actividad de los animales. “¡Paciencia Curro, los animales están en todas partes y en ninguna, hay que saber mirar y tener un poco de suerte para poder verlos” –le dijo Alberto-. Y así en un bote y en silencio, con la pericia de nuestro guía y la mirada atenta en todas las direcciones, Curro navegó en busca de aves, reptiles y los más insospechados inquilinos de aquellos lares.

Todavía en la costa caribeña Alberto le tenía preparada otra sorpresa a Curro. Costa Rica se disfruta con los 5 sentidos, y aprovechando que se acercaba la hora de comer, le presentó a la señora Elena. Esta lugareña de gardo, mujer salsera y colorida de Puerto Viejo, le enseñaría el verdadero sabor caribeño en una masterclass con una deliciosa receta familiar de pollo, plato que el propio Curro se encargaría de preparar, y que más tarde se convertiría en nuestra cena. ¡Estaba para chuparse los dedos! Eso sí, Curro nunca consiguió sacarle a la señora Elena cuál era su ingrediente secreto.

Pero la cultura de Costa Rica es también la de sus indígenas, y por eso Alberto quiso que Curro conociera de primera mano la comunidad Bribri de Yorkín, a las afueras de Puerto Viejo, a la que llegaron tras una hora en lancha por el río Sixaola. Allí Curro vió como se realiza el proceso del cacao de manera artesanal, y se sorprendió con algunas de las costumbres y tradiciones de esta simpática comunidad, con la que terminó compartiendo un partido de fútbol.

Y apurando el Último trago del delicioso café costarricense, orgullosa bebida nacional, la experiencia de Curro en Costa Rica tocaba a su fin. Su equipaje pesaba menos, o lo sentía más liviano, quizás porque se dejaba un trocito de corazón allí. Pero al mismo tiempo, la Costa Rica que Alberto le enseñó le había llenado el alma de momentos que se llevaba del paraíso de la felicidad. “¡Nos volveremos a ver Costa Rica! Y hasta entonces: ¡Pura Vida mae!” (como se le dice a los amigos) –le dijo a Alberto dibujando una sonrisa- al tiempo que se fundían en un abrazo con sabor a despedida tras la aventura compartida.

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