“Pues no debe andar muy lejos” dijo Curro, “viaja mucho a esta zona, mañana le llamo”.  

La llamada de Curro hizo que se espantara la pareja de loros negros que Manuel había conseguido, por fin, encuadrar en el objetivo de su cámara. La momentánea frustración de una foto perdida desvaneció cuando supo que, efectivamente, Curro no andaba lejos de las Islas Seychelles.

Cuando la luz suave del amanecer entró por la ranura de la ventanilla del avión y se despertó, Curro ya sabía que iba a descubrir un nuevo destino tropical: Seychelles. La luz era cada vez más intensa y la ventanilla era como una caja mágica. Miró hacia arriba para abrirla y sus ojos deslumbrados por el golpe de claridad, vislumbraron el aterrizaje en una isla que parecía un vergel.

Ya había llegado a Victoria, la capital de la isla principal Mahé, que como Curro, despertaba a un nuevo día. La ladera de la montaña era un inmenso campo de palmeras salpicado de piedras de granito redondeadas y de un color verde intenso que se mezclaba con ese azul singular que tiene el índico. La primera impresión le llevó a la certeza de que este destino prometía. Y pronto se dio cuenta que todos sus sentidos tendrían que estar alerta, ya que no solo los ojos iban a disfrutar. También habría tiempo para los otros cuatro.

La puerta del avión se abrió y un intenso olor a vainilla inundó su nariz. Después de pasar el control, reconoció enseguida la silueta de su amigo por la bolsa de su equipo fotográfico que siempre cuelga de su hombro. “¡Bienvenido al paraíso!” gritó Manolo desde el otro lado del control sin importarle lo más mínimo lo que pudiera pensar la policía de rasgos hindúes que sellaba el pasaporte de Curro.

“Toma” dijo Manolo mientras le entregaba la bolsa de su Cámara a Curro con el mismo cuidado que una madre entrega su bebé a un familiar de confianza, “conduzco yo porque aquí se conduce por la izquierda y te vas a liar.” Curro se acomodó en el asiento del copiloto y empezó a leer su guía Planeta de viajes… “Capital: Victoria, en un archipiélago de más de 115 islas en el océano Índico; arrecifes de coral, un fondo marino patrimonio de la humanidad, reservas naturales y playas catalogadas como las mejores del mundo; bosques tropicales, como el reserva nacional de Mai; y playas de ensueño: Beau Vallon y Anse Takamaka (ésta última catalogada entre las cinco más bonitas del mundo y donde se han rodado películas, como El lago azul”.

Mientras leía sobre su destino se preparaba para descubrirlo.  Al cruzar Victoria Curro se dio cuenta de su fusión de culturas, una mezcla de asiáticos, europeos y africanos. Rasgos que, al unirse con el paso de los años, han convertido a los lugareños en gente guapísima.

Pasaron por el centro urbano que, decorado con un Big Ben en miniatura, muestra la herencia de su pasado británico, además del lenguaje oficial que comparte con el “Seychellois” (el criollo seychelense). Recorrieron a pie el mercado central, que es el corazón humano de la capital; después, se acercaron al puerto donde a Curro le llamó la atención las banderas españolas en muchos barcos atuneros. “Acabas de descubrir que la mayor flota de estos barcos es española y capturan casi la totalidad de atún de la zona” le explicó Manolo mientras hacía una foto a un marinero con una manchada camiseta de la Real Sociedad.  

De repente Manolo se adentró en el templo hindú, ubicado junto al ajetreado mercado. Curro le siguió el paso para sentir la calma y recogimiento de aquel lugar.

Una vez pateada la capital, se dispusieron a visitar la costa. “La primera parada obligada es el museo nacional de la historia de Seychelles.” dijo Manolo “En una casa típica, nos adentraremos en la cultura que, con el paso de los años, ha salpicado este archipiélago, y daremos un pequeño paseo hasta el jardín botánico, donde admiraremos las famosas tortugas gigantes y toda la fauna y flora de las islas.”

El día siguiente fue domingo y Manolo sugirió que se acercaran a la playa de Beau Vallon, al noroeste de la isla, una de las playas más transitadas por los lugareños durante el fin de semana. “Si te apetece, tomamos un aperitivo en el hotel Coral y, como tenemos tiempo y veo que añoras un poco la comida española, también está Olé, un restaurante evidentemente español, regentado por María, una maña que lleva en la isla casi toda su vida”.

Pasaron a la parte oeste de la isla por una de sus carreteras más bonitas, en un alto de más de 670 metros, pararon en las ruinas de una antigua misión, donde se encontraba uno de los bancos con mejores vistas de la isla. Al bajar, se dirigieron a Bahía de Ternay, un parque nacional marino de playas de arena blanca; recorrieron la costa en dirección sur admirando playas de ensueño rumbo a una de las cinco más bonitas del mundo: la de Takamaka. “Aquí vamos a ver uno de los atardeceres más hermosos del planeta” dijo Manolo. Curro sonrió para sí mismo pensando que ya era la tercera vez que había escuchado este reclamo en sus tres primeros destinos, pero se fiaba totalmente del criterio de este fotógrafo profesional.

“Un zumo de mango con chile es ideal para brindar por el viaje” sugirió el fotógrafo cántabro, “pero tienes que regresar a Victoria y lo haremos por la última carretera que cruza la isla: la de Quatre Bornes”. Por la costa este fueron llegando a Anse Royale y se detuvieron a cenar en uno de los muchos sitios de la zona. Pudieron degustar calamares al curri, gambones tigre de Madagascar y, para terminar, una buena rodaja de atún, pescado por marineros de Bermeo que, tal y como había dicho Manolo antes, eran los dueños de aquellas aguas. Al día siguiente, Curro tenía que volver al aeropuerto para continuar su viaje por el mundo. Con la ventanilla abierta de par en par echó un último vistazo a esas playas de arenas blancas y sabía que tendría que regresar para recorrer las islas que la rodean: Praslin y la Digue. 

Manolo se despidió de Curro con un último consejo de fotógrafo de viajes. “Pide asiento de ventanilla y al despegar, no olvides entrever desde lo alto la isla, para sentir ese intenso sabor a mar e historias de piratas. Y siéntete feliz por haber visitado este paraíso, ya que los paraísos no existen si uno no está completamente feliz.

 

 

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